Spring Breakers: las luces de una narrativa líquida

Fiestas alocadas y adolescentes en bikini, así se nos presenta Spring Breakers(2012) en tráiler, portada y primeros minutos.  El espectador, engañado con toda intención, creerá que se trata de una teenmovie cualquiera, haciendo mayor el impacto de esta joya de cine de autor. 

Incluida entre los cien mejores filmes en lo que va de siglo por la BBC, Spring Breakers tiene fans y haters por igual. No es una película para todos. Si bien es compleja en términos artísticos, no hay que ser un entendido para apreciarla y aprehenderla en su esencia, más sí se debe tener una mente y un gusto abiertos más allá de los moldes hollywoodenses. 

La historia va de cuatro universitarias de buen ver que se van de vacaciones a La Florida. Arrestadas en una fiesta y en bikini, comparecen ante un juez y su fianza es pagada por un narcotraficante local, quién las llevará en un viaje que nunca olvidarán. Imaginen una semana de fiesta permanente llena de chicas en bikini, dubstep y hip-hop, drogas y alcohol a raudales. Escenas que parecen sacadas de un especial de MTV, intercalando planos contemplativos en slowmotion con videos amateurs reales. 

Su director Harmony Korine es conocido por sus polémicos trabajos dentro de la industria. Lo caracteriza un encanto por la cultura pop, reflejada en el lenguaje del color y guiones que lucen manidos si nos quedamos en la fachada. Alejado de las estructuras convencionales, Korine hace gala de lo que él mismo ha denominado como narrativa líquida.

El montaje nos muestra un relato fragmentado, inconexo, que apuesta por ir y venir en el tiempo, desdoblar imágenes y sonidos, repetirlos. Los flashbacks y flashforwards desde el primer momento, evidencian que a Korine le importa poco cuán verídica pueda parecer la historia. Una edición arriesgada que bordea lo caótico, y que resulta ser la más acertada para lo que se pretende contar. 

Este coqueteo con el absurdo dadaísta es bellamente representado por Benoît Debie, el director de fotografía, famoso por su trabajo en Irreversible de Gaspard Noé. Sus ideas visuales apuntan a provocar fascinación y repulsión en el espectador. Hace explotar luces de neón en el lente, creando la sensación de que uno está de fiesta con los personajes, intoxicado, de ahí los planos con grano y desenfoque de movimiento excesivos. En este sentido igualmente destacan el movimiento inestable de la cámara, así como rostros desenfocados que por regla no deberían estarlo. 

El estilo popero de la película está presente en todos los aspectos, pero sobre todo en una paleta apastelada, de un contraste balanceado y armónico, habiendo varios planos bañados del todo o parcialmente en un color. En términos de fotografía es hasta cierto punto autocomplaciente, pero ello es parte del voyerismo que envuelve la cinta, y bajo el cual yace un relato excepcional. 

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